En cierta población nació un día una muchacha que tuvo la desgracia de perder a su padre unas semanas antes y a su madre en el mismo momento del parto. Al ver el panorama de la niña, unos tíos que tenía se hicieron cargo de la sobrina. Pero eran muy pobres y la llevaban mal vestida y le hacían ir a cuidar el ganado siendo muy pequeña.
En el pueblo tenían un convento de monjas que casi no salían de allí. Un capellán iba todos los días a hacerles la misa andando monte a través y, de vez en cuando coincidía con la pastorcica tan desaliñada. Un día le dijo:
- Te veo muchos días y siempre muy mal vestida. Seguro que no has ido nunca a escuela y por tanto no sabes leer ni escribir. Voy a hablar con tus padres adoptivos y con la abadesa del convento y si están de acuerdo, te ingresaré en el monasterio para que aprendas a todo, vistas bien y comas mejor.
Una vez hechos los trámites, el capellán consiguió enseguida el ingreso de la muchacha en el convento.
Fue pasando el tiempo, poco a poco. Habían pasado ya 5 años y la muchacha ya sabía leer y estaba aprendiendo a escribir. Se la veía entusiasmada con lo que hacía, tanto que un día le preguntó a la Madre Superiora:
- Madre, yo estoy muy contenta y muy bien aquí. Quisiera saber ¿que es lo que puedo hacer para agradecerle al capellán lo que ha hecho por mí?.
La abadesa le contestó que ya que estaba aprendiendo a escribir, lo mejor sería que le remitiera una carta al sacerdote en agradecimiento. Dicho y hecho se puso la novicia a escribir la carta. Una vez que lo había hecho, le faltaba escribir el sobre. Pero tenía una duda y le preguntó a la superiora:
- ¿El nombre del capellán se pone con don o sin don?- Y la Madre le respondió:
- ¡Pues claro que se pone condón, sino habríamos aquí más de 100!.
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